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UNA SOCIEDAD DESMITIFICADA Sin valores y de doble moral

Roger De Los Santos

Desde el título hasta lo que pienso escribir, confieso que es una mezcla de sin sabores lo que va pasando por mi mente, pues profundizar en un tema tan engorroso y tratar de explicar y sustentar mis posiciones de lo que pienso de la sociedad en que vivimos, podría ser complicado. La subjetividad, la forma de ver la vida y los valores de cada uno, será lo que definirá la verdad para cada lector.

Siempre he escuchado que ser de pueblo es una bendición, ya que las costumbres, lo bonachón de las personas, la ingenuidad y la solidaridad, son parte de la esencia de los que tienen el privilegio de ser criados bajo un régimen que en la sociedad actual ya no es bien visto por facultativos del área de la conducta humana y mucho menos por los mismos actores encargados de transmitir los mensajes de formación, ya que las mismas informaciones de este mundo globalizado han sido cambiadas, impuestas y asumidas por quienes tienen el compromiso de informar y formar.

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Aquí comienza mi tribulación, mi aflicción moral, posiblemente porque fui criado con el método arcaico de no tener opción ante los mandatos de mis padres y tutores y de tener como única respuesta un Sí SEÑOR. Es precisamente en esta paradoja que pienso se debe debatir, socializar y reflexionar acerca de qué es lo que ha cambiado para que hoy nuestra sociedad esté pasando por un descalabro moral a todos los niveles. ¿Es el método de enseñanza? ¿Es la globalización? ¿Son los códigos de los padres que no conectan con los de los hijos? En fin, la triste verdad es que algo no está funcionando y mientras tanto, seguimos hundidos y construyendo una sociedad sin perspectiva de poder vivir en ella.

Siempre se ha dicho que la formación en el hogar es la base fundamental de la familia, en el siglo XXI ese planteamiento sigue siendo válido. Ahora bien, el tema aquí sería analizar desde cuándo y por qué ese planteamiento va perdiendo fuerza y esto queda expuesto en la conducta de cada ente que compone la sociedad.

De verdad que no pretendo hacer de este artículo un trabajo sociológico (eso tendrían que hacerlo aquellos que han estudiado para eso), pero sí quiero sustentar mis pareceres del comportamiento, bueno o no, de los que formamos esta suciedad, perdón, sociedad.

Particularmente estoy agradecido de la formación que me dieron. Sí, esa formación en base al látigo, a la ramita de guayaba, al jalón de oreja, al respeto por los vecinos, los cuales tenían todo el derecho de darme una pela y decirle a mi amado padre por qué me “atendieron” y no pasaba nada, bueno, sí pasaba, pues después del vecino irse era otra pela o un castigo que tenía. Ese era el método, y sé que ningún psicólogo estará de acuerdo, pero al parecer funcionaba más que lo que actualmente se está aplicando y para muestra un botón.

Todo era diferente. No sé si a ustedes les pasó, pero cuando yo llegaba a la casa con cinco pesos y decía que me los regaló un amiguito o que me los encontré en la calle, inmediatamente era un pleito. Mis padres me hacían un interrogatorio, quién te los dio, dónde te los encontraste, de antemano ellos sabían el final no importando mis respuestas; los cinco pesos había que ponerlos en el sitio donde me los encontré o llevárselos al papá del amiguito que me los había dado, porque ese no trabajaba para estar dando. Esa era la formación de antes, no solo la mía, sino la de todos los que tenemos cuatro décadas o más.

Lamentablemente todo cambió. Antes los códigos eran respetar a los mayores, estudiar, hacerse profesional, trabajar con honestidad, formar una familia y retribuir a sus padres con una conducta intachable, el sacrificio que habían hecho de formar personas de bien. Eso quedó en el olvido.

Los nuevos códigos se han tragado los de la decencia, es que vivimos en la sociedad del bulto, del allante, del exhibicionismo, de la hookah, del vocabulario soez y de la vitrina, donde la palabra RESPETO fue excluida del diccionario y sustituida por la palabra DESORDEN.

Todos los países en vías de desarrollo traen consigo todo lo bueno, pero también todo lo malo. Eso es parte de lo que está pasando con nuestra sociedad, la globalización, la masificación de la información y las plataformas digitales, pienso son parte del problema, no porque estas sean malas, sino por el uso que se les está dando y el poco control que tenemos sobre las informaciones que están recibiendo nuestros hijos, donde un like es el objetivo de todo joven, un view el camino al estrellato y monetizar hasta su cuerpo es la gloria.

Cuando decimos que estamos viviendo en una sociedad de doble moral me refiero a que desde el mismo centro de la familia se motiva a adoptar una serie de inconductas que son parte del problema de esta sociedad mercantilizada.
Vemos cómo se motiva a las hijas a que no miren a un hombre que no les ofrezca nada, es decir a un rullío.

Las motivan a buscarse un hombre con dinero, de buena posición, que las pongan a vivir bien, etc. Si me pongo del lado del amor de madre, que es quién principalmente motiva este tipo de comportamiento, y del bien que cada padre quiere para sus hijos, hasta cierto punto podría ser válido. El problema es que llega el enamorado acaudalado y no son capaces de cuestionar de dónde proviene su fortuna y bonanza, que cuando miran el perfil no ha estudiado, no viene de una familia acaudalada, no heredó más que problemas, tiene 22 años, anda en un carro de alta gama, le hace las nalgas y las tetas a la hija y todo se celebra, por el simple hecho de que Don Dinero resuelve todo.

Algo parecido sucede con los ya famosos chiperos, jóvenes que producto de un sistema sin oportunidades, sin control, y que reciben a diario los códigos de que lo que vale es tener dinero y exhibir que han progresado sin importar el medio, ante la mirada ciega de unos padres que no hacen más que disfrutar del progreso temporal de unos bienes que no les costaron esfuerzo ni trabajo, pero que a la vuelta de la esquina se esfuma en lágrimas, dolor y muerte.

Esta es una sociedad que debe revisarse urgente. No es posible que, si un funcionario pasa por el sector público, hace una gestión honesta y sale con una mano alante y otra atrás (no robó) sean los mismos amigos que le digan que fue un pendejo porque no cogió nada, pero si roba, son los primeros que, dando la espalda, dicen: “mira a ese ladronazo”, y eso no es más que la doble moral que nos está arropando.

Si un aspirante a un cargo electivo se presenta con una propuesta de honestidad, diferente, de valores y en una camioneta del 1985 a hacer su campaña, ahí mismo perdió, pues si no da la imagen de poder, empezando por un buen vehículo y con promesas de que les va a resolver a los electores sus problemas particulares, no colectivos como debe ser, usted no tiene nada que buscar, la misma sociedad es que te invita a robar para que le des y es esa misma sociedad la que después te aniquila.

Hoy, hasta la credibilidad y el trabajo de los líderes tradicionales de la política está en cuestionamiento. Los liderazgos de un tiempo a la fecha han perdido la autoridad, debido a que la mayoría de los trabajadores de la política no se mueven si no hay “logística”, es decir, dinero en mano para poder hacer el supuesto trabajo. El compromiso, los ideales, el trabajo por su comunidad se quedó en el olvido, eso ya no existe.

Ese comportamiento no ha sido producto de una conducta propia, esa conducta ha sido aprendida debido a que estamos en la sociedad de la información y desde el punto más lejano del mundo ya tenemos conocimiento de lo que está pasando y los códigos de bonanzas que transmiten los “altos dirigentes” y el bienestar familiar que se le estruja en las caras a los de abajo en tan solo 4 años, han convertido el sistema electoral en un mercado de pulgas sin retroceso, donde ya no quedan pusilánimes.

Muchos más ejemplos se podrían enumerar, pero dejo en el ánimo de cada uno de los lectores a que busquen en su cerebro y reflexionen los ejemplos personales, familiares, y experiencias vividas. Comparen y háganse la idea de dos mundos paralelos y elijan en el que prefieran vivir, aunque sea una quimera.
De mi parte lo tengo clarísimo, porque la real verdad, es que ESTE CUENTO HA CAMBIADO Y NO ES EL DE CAPERUCITA.

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